Para llegar a Jesús debemos vaciar nuestro corazón, para estar limpios, ser transparentes; sino, no podremos estar cara a cara con Jesús. A imitación del niño Jesús allanemos nuestro corazón, presentémonos con sinceridad y despojados de toda cosa que ensucia, nuestra alma. Si estamos manchados por el pecado y nos presentamos a Dios, aunque Él nunca nos rechaza, no obstante, se merece que no le continuemos crucificando con nuestras ofensas. “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb 10, 22).
Al sacar de nuestro corazón lo malo, hacemos las paces con Dios, por lo tanto, debemos de buscar un momento de encuentro con el Señor; también esforzarnos por armonizar con alguna persona con la que sintamos resentimientos o coraje, persona de la que te has alejado por “A” o “B” circunstancia; ya que, el adviento es época de Paz, de reconciliación, de amar. Es época de encuentro o reencuentro con Dios y con los demás.
Allanar nuestro corazón quiere decir hacer limpieza, sacar fuera lo sucio, barrer los rincones de nuestro interior, lo que nos impide tener o encontrar la paz perfecta con nosotros mismos y con nuestro prójimo y sobre todo con el mismo Dios. Que mi templo o mi cuerpo se sienta impecable, sin manchas de dolor, de tristeza de sufrimiento, de mentiras, de odio y de pecado. Que Jesús encuentre su pesebre limpio y se sienta acogedor.
Reflexión Padre Arnulfo Delgado